Siempre digo que me siento muy afortunado por formar parte de esa generación que vivió el paso del mundo analógico al digital siendo no demasiado mayor ni demasiado joven. Eso me permitió comprender el potencial de las nuevas tecnologías y a la vez vivirlo como algo casi mágico: El primer correo electrónico, la primera página web, el primer buscador… Todo era un mundo por descubrir y cada día había algo nuevo que te sorprendía más y más.
Pero para mí, el recuerdo imborrable, el que me voló la cabeza, fue cuando, visitando a un amigo, este me enseñó el chat de una página llamada ole. com. Me dijo: “estoy hablando en directo con otras personas”. Y no podía creerlo. No podía ser. Eso era brujería. Poder hablar con gente de todo el mundo en tiempo real a través del ordenador fue algo para mí completamente revolucionario.
Vivíamos los primeros días de ese internet con conexiones de 56k, los RDSI, los primeros ADSL… y ya desde entonces usábamos la red para conectar con otros. Luego vendrían páginas que se llamarían a sí mismas redes sociales, pero esas redes estaban ya constituidas desde el inicio de los tiempos. Hablábamos con nuestros compañeros del colegio por messenger, conocíamos a gente con nuestras mismas aficiones por los foros y compartíamos nuestras primeras fotos universitarias en páginas como fotolog. Las redes sociales siempre estuvieron ahí, aunque no las llamábamos así.
Hemos potenciado tanto nuestras relaciones a través de las redes sociales que nuestra realidad física no se entiende sin ellas. No estoy diciendo nada nuevo, ¿verdad? Todos lo sabemos, y las marcas lo saben. Su percepción depende de lo que digan y hagan a través de ellas, de quiénes sean sus embajadores en cada una de las redes, de lo que hablan los usuarios. Ya se sabe que un tweet puede cambiarte la vida, y en el caso de las marcas ese riesgo se multiplica infinitamente.
El poder de Facebook, las revoluciones de Twitter, el cambio de paradigma de TikTok o Twitch… Nos relacionamos con los demás, conocidos y desconocidos, de las mismas formas. Conocemos a gente nueva, debatimos, creamos nuestras propias tribus, dogmas, tabús… y a la vez nuestros lazos, aficiones conjuntas, cultura popular a través de las relaciones definidas por los códigos de cada una de las redes sociales que usamos cada día de nuestra vida.
Y ahora, estamos a la vanguardia de un nuevo modelo comunidad. Las plataformas como Discord permiten a los usuarios crear espacios cerrados más pequeños a los que solo pueden unirse las personas que han sido invitadas. Los usuarios disfrutan de este espacio privado ya que es donde pueden discutir sobre temas concretods con otras personas de ideas y valores afines ¿Por qué debo hablar con todos si quiero interactuar con individuos concretos? Este pensamiento está surgiendo cada vez más, especialmente después de que Twitch se convirtiese en la plataforma de comunicación más relevante del futuro.
Hoy se asoma por el horizonte el llamado Internet 3.0, pero todavía se habla demasiado en futuro. No sabemos qué vendrá y soñamos con cuáles serán nuestras próximas redes. ¿El potencial? Todo. Siempre fue todo. Pero hoy vemos más posible la cocreación, la inteconexión casi física a través de lo digital, la conectividad del mundo analógico y el online. Una jam session en directo, oficinas virtuales, parques de atracciones y universos paralelos. Nuestra conciencia hecha algoritmo. Todo. Siempre fue todo. Seguiremos relacionándonos con los nuestros y conociendo a otros a través de experiencias que podrán ser todo lo inmersivas que la tecnología y nuestra predisposición permitan.
Seguiremos soñando con todo el potencial de esas redes que vamos tejiendo entre todos, esos hilos invisibles que nos unen con los demás a través de los ceros y los unos. La red social siempre estuvo ahí, y siempre estará.
Martín Brotons
Planning and Creative Director at Samy Alliance